Mientras una inundación repentina arrasaba con comunidades del condado Kerr durante la madrugada del 4 de julio, dejando al menos 136 personas muertas, los principales encargados de coordinar la respuesta de emergencia estaban ausentes o dormidos. Así lo revelaron funcionarios locales en una tensa audiencia legislativa celebrada esta semana en el corazón de Texas Hill Country.
El sheriff del condado, Larry Leitha, y el coordinador de manejo de emergencias, William Thomas, admitieron ante los legisladores que estaban dormidos cuando comenzó la catástrofe. El juez del condado, Rob Kelly —máxima autoridad ejecutiva local— testificó que se encontraba fuera de la ciudad, a unos 160 kilómetros de distancia, en el Lago Travis.
“Todos estaban aquí ese día trabajando arduamente, y usted no estaba disponible”, reprochó el vicegobernador Dan Patrick durante la audiencia, provocando aplausos del público presente. La frustración generalizada se hizo eco entre residentes y legisladores al conocerse que ninguno de los tres funcionarios respondió a repetidas solicitudes de entrevista, ni han entregado registros clave sobre sus comunicaciones durante la emergencia.
William Thomas explicó que se encontraba enfermo el día anterior y que perdió dos llamadas críticas con el Departamento de Gestión de Emergencias del estado. Solo fue alertado de la magnitud del desastre cuando su esposa lo despertó alrededor de las 5:30 a.m., dos horas después de que se iniciaran las operaciones de rescate.
Los testimonios ofrecidos ante la legislatura estatal también dejaron al descubierto otra grave deficiencia: el condado carece de un sistema moderno de alertas para inundaciones. Según las autoridades locales, muchos residentes no recibieron advertencias hasta que ya era demasiado tarde.
“Lo que experimentamos el 4 de julio fue repentino, violento y abrumador”, reconoció Kelly, quien también subrayó los problemas de conectividad celular como un obstáculo adicional para las labores de rescate.
En Center Point y Kerrville, aún se observan los escombros de la tragedia: vehículos arrastrados por la corriente, árboles derribados y residentes buscando pertenencias entre el lodo. Algunos testimonios estremecedores, divulgados recientemente mediante llamadas al 911, pintan un panorama de desesperación: familias atrapadas en sus techos, niños huyendo entre aguas crecientes y voces suplicando ayuda.
“La gente está muriendo”, clamó una mujer en una llamada de emergencia, informando que su familiar estaba atrapado en un campamento junto al río Guadalupe.
La audiencia legislativa concluyó con una clara demanda de los ciudadanos: mejores sistemas de alerta, inversión en comunicaciones y un liderazgo más preparado para actuar, no para dormir, cuando la tragedia golpee de nuevo.