La Iglesia Católica ha entrado oficialmente en un período de sede vacante este lunes, tras el fallecimiento del Papa Francisco. Este momento marca el inicio de un proceso solemne y cuidadosamente orquestado: el cónclave, en el cual los cardenales electores se reunirán en Roma para designar al nuevo líder espiritual de más de mil millones de católicos en todo el mundo.
El cónclave, cuyo nombre proviene del latín cum clave (“bajo llave”), es una tradición centenaria que se lleva a cabo en la Capilla Sixtina, donde los cardenales menores de 80 años son encerrados sin contacto con el exterior hasta alcanzar una decisión. Se prevé que esta reunión comience entre el 6 y el 11 de mayo, permitiendo que los 138 cardenales electores —provenientes de todos los continentes— lleguen a tiempo a la Santa Sede.
Durante este tiempo, el gobierno temporal de la Iglesia queda en manos del camarlengo, actualmente el cardenal Kevin Farrell. Él es el encargado de coordinar tanto las exequias papales como los preparativos logísticos y protocolarios del cónclave.
La jornada del cónclave iniciará con una misa en la Basílica de San Pedro. Luego, los cardenales ingresarán en procesión a la Capilla Sixtina entonando el himno Veni Creator Spiritus. Tras el juramento de secreto absoluto, el maestro de ceremonias pronunciará el tradicional “Extra omnes!” para expulsar a todo el personal ajeno y se cerrarán las puertas, sellando así el aislamiento del cónclave.
El sistema de votación se mantiene riguroso y secreto: cada cardenal escribirá a mano el nombre del candidato que considere digno del pontificado. Para que un candidato sea elegido, debe obtener dos tercios de los votos. Después de cada ronda de votación, los sufragios se queman; el color del humo —negro o blanco— que emerge de la chimenea vaticana anuncia al mundo si hubo o no un acuerdo.
Cuando se alcance la elección, el decano del Colegio Cardenalicio preguntará al elegido si acepta el cargo. De decir que sí, también se le pedirá el nombre que desea tomar como nuevo Papa. A continuación, el nuevo pontífice se retirará brevemente a la sala de las lágrimas, donde se vestirá con los hábitos papales y se preparará para su primera aparición pública.
Finalmente, el cardenal protodiácono proclamará desde el balcón de la Basílica de San Pedro el célebre Habemus Papam, y el nuevo líder espiritual se asomará al mundo para impartir su primera bendición Urbi et Orbi.
El mundo católico se encuentra así en vilo, a la espera de un nuevo capítulo en la historia del papado.